|
Del Petróleo al Mundo Turístico
Por Alejandro Rapetti
Diario La Nación
Malargue (Malargüe) A sólo dos horas de
San Rafael, la ruta 40 ingresa a Malargue (Malargüe)
y se aproxima cada vez más a la cordillera. En mapuche, malal hué significa
muralla de piedra, nombre que se atribuye a las primeras formaciones naturales que
desfilan por las ventanillas.
Malargue (Malargüe) es una ciudad pequeña que se desarrolló principalmente por
influencia de las compañías petroleras, y aunque la producción disminuyó en los
últimos 10 años, desde el camino todavía pueden verse las cigueñas de bombeo. Desde
entonces el departamento trabaja en desarrollar su potencial turístico, que bajo el
slogan Malargue (Malargüe) Una Aventura
Natural descubre sus tesoros al mundo.
Anualmente recibe 35 mil visitantes, y junto al complejo invernal
Las Leñas se afianza como una alternativa turística cada
vez más prometedora. El paisaje es desértico y achaparrado, y la mejor manera de
onocerlo es adentrarse en sus infinitos circuitos de aventura.
A 27 kilómetros de la ciudad, el camino a la Valenciana conduce hasta el Castillo de
Pincheira, un refugio natural con cuevas para acampar, hacer trekking o salir a cabalgar:
El Paredón con barbas volcánicas se yergue como un castillo feudal, y sirve de
resguardo aun complejo turístico en expansión donde puede saborearse la especialidad
gastronómica de la zona: el chivo. El manjar es un orgullo entre los malargüinos, a tal
punto que hace 15 años institucionalizaron la Fiesta Nacional del Chivo. Un festín que
comenzó el viernes último y se extenderá hasta el 14 de este mes, y consiste en
concursos de canto, danza y la elección de una Reina Nacional.
De regreso por el camino a la Valenciana hasta la cuesta del Chihuido, la intriga
aumenta a medida que se avanza a la Caverna de Las
Brujas. Un misterio que sólo se revelará poco después de las Cascadas de Manqui-malal, una parada para refrescar el
espíritu y treparse a las rocas. El área es hoy propiedad de Santiago Cara, un hombre
robusto que con sus propias manos construyó en apenas un año un punto estratégico para
convivir con la naturaleza. Desmontó parte del área, edificó un salón para 50 personas
y dió en concesión 14 palestras naturales a la Escuela de Montaña de Mendoza. El predio
tiene una piscina natural y, además, es base para hacer trekkings arqueológicos, salidas
en cuatriciclos, arquería para principiantes y travesías en 4x4.
La Caverna de las Brujas es
una profunda gruta natural a 1930 metros sobre el nivel de mar, en la proximidad de Bardas
Blancas. Por tratarse de una reserva natural, igual que
La Payunia y la Laguna de Llancanelo, el
ingreso en la caverna debe hacerse con un guía. A 37 kilómetros de las Cascadas de
Manqui-malal, la ruta 40 se desvía por un camino de ripio hasta la boca de acceso, sobre
el cerro Moncol. Después de unos breves preparativos, resta calzarse un casco minero con
linterna y ascender hasta el portal de roca. A esta altura, Santiago Cara se pone serio y
asegura que, antes de ingresar, primero hay que hacer un breve ritual para encomendarse al
cerro: una danza improvisada como ofrenda a la garganta de piedra. Los visitantes se
suceden uno a uno y ensayan sus mejores coreografías. El baile dura pocos metros, porque
una vez adentro, la cosa pone oscura. "Existen varias versiones sobre el origen del
nombre", explica Cara con su voz cada vez más cavernosa. Una de ellas señala que,
en tiempos de los mapuches, la gruta era utilizada para rituales religiosos. Por la noche
se encendía fuego, y las sombras de las brujas se proyectaban como fantasmas en los
paredones de roca. Otra sostiene que sirvió de refugio a una aborigen, que todas las
noches llegaban hasta allí con un bebe en brazos para desaparecer en las profundidades
entre llantos y lamentos".
Estalactitas y estalagmitas
El recorrido se reparte por 180 metros de galerías subterráneas, entre estalactitas y
estalagmitas que durante miles de años adquirieron las formas más extrañas. Ellas
dieron nombre a los amplios espacioes abovedados como La Sala de las Flores o la de la
Virgen. El itinerario dura aproximadamente dos horas y, antes de partir, el guía propone
apagar todas las luces para experimentar la oscuridad absoluta en el corazón de la
montaña.
A 186 kilómetros de la ciudad, finalmente, la antigua Mina Ethel abre la puerta a la Reserva La Payunia. Son 450 mil hectáreas desoladas y
salpicadas por más de 200 volcanes. Jorge Fernandez y Hugo Ascencio son los guardaparques
provinciales que trabajan en la base Los Relindros, y con la ayuda de dos puestos
transitorios se ocupan de la planificación, el control y la conservación de su belleza
escénica. La fauna autóctona incluye 10 mil guanacos, zorros, choiques, cóndores,
jotes, águilas moras, el chorlo cabezón y algunos reptiles endémicos.
Para los amantes de la soledad, La Payunia es un destino a su medida. Por lo pronto las
puestas del sol son exclusividad de su única población estable. Cinco familias.
En el extremo sur de la Reserva
Provincial de Llancanelo, Malargue (Malargüe), se encuentra el salitral, que es la
perdición de los cicloturistas. El viento sopla a empujones, las ruedas se hunden y hay
que pedalear sin tregua. Acaso para que el esfuerzo sea compartido, los ciclistas circulan
por una misma huella y se mueven en equipo. Un programa saladito, sobre todo para el
primero de la fila.
|
|